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En el adiós a Rubalcaba : " al repasar su trayectoria te das cuenta de lo escasos que andamos de gente como el"

Lamento mucho el final, la muerte, como último renglón de la situación que vivió Alfredo Pérez Rubalcaba en estos últimos días. 
No soy -tal vez- el más capacitado para juzgar la importante trayectoria de quien fue un brillante político y un excelente profesor. Pero sí puedo dar fe de que pasé una tarde inolvidable junto a el, cuando tuvo la deferencia de concederme una entrevista en exclusiva, con ocasión de una rápida visita a Galicia, en sus tiempos de primer espada en el ruedo político hispano. Fue casi una hora de radio, en directo, inolvidable, cuya grabación guardo como oro en paño.
Fue siempre un gran comunicador, excepcional comunicador. Y una persona afable al tiempo que tremendamente inteligente. Aquellas dos horas con el, una de charla posterior a la entrevista, y otra en la propia entrevista radiofónica, vienen ahora a la cabeza de este humilde periodista, junto al deseo ferviente de paz para su alma y la oración pidiendo a Dios que le acoja en su seno. Ojalá que así sea.
Se ha ido un político con mayúsculas. De los que tan necesitada está España. Viendo las imágenes que la televisión nos ofrece esta tarde, evocando la trayectoria del ahora fallecido, uno se da perfecta cuenta de la talla de Alfredo Pérez Rubalcaba y la de otros como el, que desgraciadamente para España ya no están. E irremediablemente surge la ineludible comparación con la vulgaridad, la medianía, la falta de miras, la mezquindad que se ha instalado en tantos de los actuales políticos que a este país aún llamado España le han tocado ultimamente en suerte.
Cuando fallece un auténtico hombre de Estado, como Rubalcaba lo fue, al repasar su trayectoria te das cuenta de lo escasos que andamos de gente como el. De lo necesarios que serían hombres así en la delicadísima situación en la que el Estado se encuentra.
Cuando la muerte de alguien importante lleva a reflexiones así, no solamente es que se echa en falta a quien se ha ido, sino que también inevitable resulta exclamar un ¡que Dios nos pille confesados!.
- EUGÉNIO EIROA





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