Los últimos días de diciembre nos exoneran siempre del llanto, ya que es Navidad, esa bella mezcla de la historia y el cuento contado al pié de un árbol de luces, que mantiene vivas las tradiciones y despierta lo mejor del ser humano.
Son días de paz y una página por la que fluye la buena gente que protagoniza los relatos hermosos al pié del belén…
En Galicia, la Navidad sabe a marisco y a capón de Vilalba. Tiene sonido de gaita de fiesta y su paisaje verde viste de blanco rocío el amanecer del valle y de nieve blanca los tejados de paja.
Es el encanto de las meigas, la puerta abierta del edén, el camino de las estrellas, la gente que cree en milagros, las campanas de Bastavales, las panxoliñas, la catedral, la luz del faro… ¡También el Yule celta y el Tizón de Nadal…!
Y el regreso a casa de los corazones errantes o la inevitable ausencia de los que están lejos, la única canción amarga de una noche buena y de un feliz mediodía…
Desde Galicia, siempre os hemos deseado a todos, un Bó Nadal…
La Navidad en Galicia tiene y tuvo siempre un estilo diferente, basado en algunos elementos mágicos, porque aquí convivieron los ritos cristianos y las leyendas protagonizadas por los pueblos galaicos y los invasores celtas.
Si el mundo cristiano celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret, el hijo de Dios, la navidad celta no fue otra cosa que la llegada del solsticio de invierno, el “Yule”, que se iniciaba en lo alto de una montaña, al amanecer, con música de gaita y una gran fiesta.
Los pueblos galaicos también celebraban el nuevo ciclo con fiesta en la que abundaba la comida y la bebida; y en sus ritos se basa la tradición que tenemos de poner al fuego de la lareira un madero grueso de carballo, que dejamos arder solo hasta la mitad y cuyos restos guardaremos todo el año porque nos traerá buena suerte y buenas cosechas. Es lo que conocemos como el “Tizón de Nadal”.
Los gallegos de ahora interpretamos que la Navidad es la disculpa para que la familia se reúna y todos respondemos a la llamada del hogar para –al igual que nuestros ancestros- hacer fiesta, beber y comer.
Claro que no hay familia –y esto también nos distingue- que no tenga a alguno de sus miembros en el exterior, bien sea como producto de aquel éxodo masivo del siglo pasado; porque la movilidad laboral lo exige en este nuevo siglo; o porque hay tres mil gallegos que navegan por los siete mares.
El reencuentro navideño es, ha sido un año más, como una alborada y la simple evocación de los ausentes llena de luz nuestras estancias, donde los recuerdos afloraron entre doradas burbujas.
Las luces de Navidad, los adornos, el engalanar la casa es costumbre reservada en Galicia a las abuelas y a los nietos.
En casi todos los hogares cristianos se recrea el nacimiento del Niño Dios y hay a lo largo del país belenes de gran belleza, plasticidad e imaginación, incluso a gran escala, realizados por la iniciativa vecinal o por entidades públicas.
Con el belén compite en protagonismo el árbol de la modernidad, que tiene su base real en el Cepo de Nadal, un tronco que los celtas adornaban con piñas de conífera, acebo, hiedra y muérdago.
En casi todos los hogares gallegos belén y árbol son los grandes símbolos de la Navidad.
La noche del 24 se concretó el primer acto de las más entrañables fiestas del año. Vestimos la mesa de fiesta y nos pusimos nuestras mejores galas. Porque llegaron las emociones, con abrazos y besos de ida y vuelta.
Hemos pasado el fin de año y... en unas horas, con lluvia, frío y nieves, nos quedará el final de este ciclo siempre hermoso de la Navidad : la gran noche de los pequeños, Reyes, el día de Reyes finalmente y todo habrá terminado hasta que llegue el adiós al Otoño de 2024 y entremos en la siguiente "quadra natalicia" -como dirían los hermanos portugueses-...