La que viene, mis amigos, es una muy atípica semana en la Galicia Única. Tras despertar del sueño que vivimos jugando a una Lotería que nunca toca para, con salud, eso sí, llegar al fin de semana navideño y vivir las emociones del reencuentro con toda la familia.
Como ya es costumbre, nos iremos de vacaciones hasta que el nuevo año doble las seis primeras hojas del calendario, pero antes nos hemos permitido la licencia de colarnos en tú árbol para desearte la mayor felicidad del mundo…
Nuestro reposo es a tiempo parcial; así nos lo recomendáis vosotros, que hacéis posible que este proyecto nos siga ilusionando tras cuatro lustros de compañeros por la Red.
CUENTO DE NAVIDAD
Hoy, al despertar, abrí de par en par la ventana de mi habitación para que penetrara el frescor de la mañana; sin embargo un aire cálido azotó mi cara creando la sensación de que alguien, llegado de muy lejos, esperaba ese momento para entrar en la casa.
Lo achaqué a mis sueños, que a veces son de ida y vuelta; en ellos voy y vengo volando de aquí para allá y de allí para acá. Es como si me poseyera el alma viajera de otro ser, acostumbrado a flotar en el aire.
Entonces salí al jardín para saludar a cada una de las camelias recién llegadas a este mundo de lluvia y sol, pero seguía notando esa calidez ambiental impropia de los días próximos al invierno.
En la ladera, jugaban felices Peggy, Rati y Mojito, que son coneja, gata y perro; lo hacían por primera vez en su historia, que siempre estuvimos preocupados por esa posible coincidencia, ya que son, me contaron, incompatibles.
Al salir de casa para caminar por la aldea, mi vecino el raro me deseó buenos días con una sonrisa y cosa tal nunca hiciera.
Al pasar por el agro los mirlos cantaban su arrechouchío y le contestaban los paporrubios con su trova de siempre, mientras las ovejas balaban saludando al negro can que me sale al paso, a la misma hora y en el mismo lugar, todos los diciembres; aunque esta vez parecía ladrar de gozo, como saludando y no recriminando mi condición de viejo cansado.
Luego, en el Riamonte saltaban peces que jamás había visto y las nubes se iban de prisa para dejar paso a un sol radiante que se bañaba en el agua como si estuviésemos en agosto.
De vuelta a casa, me asomé al verde sobre el otro verde de los prados y vi como en el campo yermo habían crecido flores… como pasa cada primavera.
Caminé asombrado, en camiseta, tras mirar el calendario y comprobar que sí, era veintiuno de diciembre y había llegado el invierno…
Me senté en una piedra y tras preguntarme cual era la causa de tanto cambio recordé que, en mi aldea, cuando se aproxima la Navidad, todo te parece un cuento y culpas a las hadas de envolverte en la ficción…
Aunque… luego, ya en casa, me vino a la memoria aquello que me contó Eduardo Blancoamor, al calor de la chimenea de la Fuca, recién llegado de Buenos Aires…
—– Cuando se encienden las luces del árbol navideño estás dando la señal que indica la hora del regreso a tu gente del Mas Allá. Durante unos días, aunque tú no lo percibas, vivirás protegido y rodeado por los espíritus de tus ancestros. Ellos son los que consiguen que, aunque nieve, el invierno se convierta para ti en primavera.
En realidad, aquí en la aldea, estos son días para gozar de esa hermosa paz que deseamos tengan también todos los lugares donde se escriben páginas de guerra.
La buena gente deja que fluyan los relatos hermosos al pie del Belén pese a que los amaneceres traen rocío y a veces llueve sobre el valle.
Tiene este paisaje navideño, el encanto de las meigas y es una puerta abierta a ese Edén al que nos lleva el Camino de las Estrellas.
Desde Galicia… ¡Bón Nadal e moi feliz Aninovo!
Xerardo Rodríguez