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Los relatos de Xerardo Rodríguez. Asesinato en el "Andrea Doria"

Creo que lo tienes en tu agenda anotado, pero por si acaso te lo recuerdo. Es sábado y...
Ya está ahí, en el kiosko mundial que es Internet. Y además es gratis. www.galiciaunica.com
Como cada sábado, llega la revista electrónica gallega por excelencia. De la mano de Xerardo Rodríguez, maestro de comunicadores, que desde hace años, en tan excelente web congrega una cada vez mayor legión de seguidores que no se pierden lo que cada semana allí ofrece. No es para menos. Hoy, entre un amplísimo contenido, nos hemos quedado con lo que sigue, un gran relato, como siempre excelente, de Xerardo Rodríguez, evocando aquello de...


Una de mis costumbres más sanas en mi etapa viguesa era la de asomarme a la ventana del Puerto para ver cómo iban y venían los barcos, sobre todo los grandes cruceros. Siempre que llegaba alguno de los más lujosos y grandes lo recibía mi inolvidable amigo Alberto Durán, que era el consignatario más importante…
En la espera, te contaba la historia de aquel buque enorme que aparecía por la Bahía,  desde el olor a café de la cafetería de la Estación Marítima. 
Aquella vez Alberto le estaba contando al inspector Baladrón, de la Brigada Criminal, la historia de aquel día en que llegó el “Andrea Doria” a Vigo, cuando él hacía sus primeros pinitos en la consignación de buques.  
—- El “Andrea Doria” era uno de los más impresionantes buques trasatlánticos de la época. Acababa de doblar las Cíes por la Costa da Vela cuando el capitán se puso en contacto con nosotros y nos pidió que avisáramos a la Policía porque traía a bordo a “un pasajero muerto en extrañas circunstancias”. 



El inspector abrió los ojos con interés y preguntó…
—- ¿Ya había Brigada Criminal en Vigo?
—- No lo sé, Fernando… Posiblemente harían todos de todo en la Comisaría… 
Según el relato de Alberto Durán se trataba del cadáver de una mujer; una mujer famosa, hija de un millonario alemán que quería alejarla de la postguerra y que viviese en América, en los Estados Unidos. La acompañaba su marido…
Ocupaban ambos un camarote de lujo de aquel buque crucero que estaba considerado el mejor del mundo. 
El “SS Andrea Doria” pertenecía a la “Societá di Navigazione Italia”, que tenía su base en Génova y era suficiente para navegar de puerto en puerto, por el Mediterráneo y el Atlántico, en una sola travesía,  que siempre finalizaba en Nueva York.
Solo cuatro personas conocían la muerte de Hellen: El camarero que atendía al matrimonio, Andrés Mouzo, un gallego de Noia. El segundo comandante del barco, Roberto Cervetto. El más veterano de los capitanes italianos, Piero Calamai. Y el marido de la víctima, Bernie Speer, arquitecto de esos que nunca pasarán a la historia por su obra aunque este sí por haber sido uno de los más fervientes admiradores de Hitler.
¡Ah! También el jefe médico, Adriano Canotte, conocía la muerte de la joven, pero no se atrevía a asegurar las causas… 
—- Parece cosa naturale…
Fue lo que le contó al inspector Alfredo Bello, a quien se había asignado la investigación. Según su informe, los hechos ocurrieron así:
Declara Bernie Speer, que Hellen Heim ya no despertó la noche de autos, por lo que avisó inmediatamente al camarero que les prestaba servicio en su camarote. Este, Andrés Mouzo,  declara que ni siquiera vio el cadáver, que él se limitó a avisar al capitán del “Andrea Doria”Piero Calamai. El marino da la orden de cerrar el camarote y trasladar al marido a otra dependencia, puesto que estaban a pocas millas del puerto de Vigo, por lo que decide pedir ayuda a la Policía Española, a través de su consignatario, Estanislao Durán e Hijos…”
—-  ¿Y desembarcaron el cadáver, no?
—- Sí, subieron a bordo varios detectives, inspeccionaron el camarote y luego dejaron que el barco siguiera rumbo a Nueva York, puesto que era la última etapa de la travesía.
—-  Porque no se trataba de un crimen, claro.
—-  Bueno, verás.



El informe de la autopsia, realizada por el forense adscrito al Juzgado de Instrucción, dijo todo lo contrario… Informó muerte por envenenamiento y todas las sospechas recayeron en dos personas: el marido, con móvil desconocido; y el camarero, que se había apropiado de uno de los anillos que guardaba la joven, al parecer de gran valor…
—- Hellen tomaba unas pastillas para dormir. Al principio se pensó en un suicidio… pero quedaban dosis médicas para un mes en su pastillero, por lo que no se pudo producir ingesta excesiva, capaz de causar la muerte.
Además, ¿Por qué se iba suicidar una joven rica que iba a conocer Nueva York y a quedarse a vivir en los Estados Unidos con el hombre de su vida? 
La policía reclamó a Andrés Mouzo, el camarero sospechoso, quien se confesó autor del robo de un anillo…
—- Lo tomé porque era un anillo raro, de esos de colección… Tenga, yo no soy un ladrón.
El inspector Bello tomó aquel anillo en sus manos y lo llevó a la más prestigiosa joyería de entonces, que estaba en la calle Vázquez Varela, no solo para valorarlo sino para ver si aportaba algo a este caso.
El anciano joyero, le contó:
—- Este es un anillo hueco. Parece de la época nazi de los que utilizaron Hitler y sus hombres más cercanos para llevar veneno con el que poder suicidarse en caso de ser capturados por el enemigo…    
En aquel anillo estaba la clave de lo que podría ser un crimen o un suicidio… 
—- Hellen Heim… Bernie Speer… Heim, Speer… En estos dos apellidos hay una clave. Seguro que la tiene la policía israelí…
En menos de una semana, el policía vigués recibió un teletipo de Tel Aviv en el que se le informaba de que “Hellen Heim era la única hija de Aribert Ferdinand Heim, uno de los dirigentes nazis a los que se acusaban de horribles crímenes contra los judíos y de los pocos que habían huido, sin que en la actualidad se conociera su paradero…”
Bello fue hasta Noia para encontrarse con Andrés Mouzo, aquel camarero al que, tras media vida navegando en el “S.S. Andrea Doria”, había tenido que dejar el buque acusado de robo…
—- Mouzo… ¿Cómo era el marido de Hellen? ¿Cree usted que se parecían?
—- Sí, diría que un poco. Él era mucho mayor que ella, como unos veintitantos años. Pero ahora que lo dice, sí se parecían…
—- ¿Podría ser su padre?
—- Tal vez…
—- ¿Sabía usted que el anillo era hueco, que era como una cajita?
—- No, no señor… Lo guardé, lo escondí en el fondo de mi maleta y no volví a verlo hasta que se lo entregué…       
Estaba claro que cuando el camarero robó el anillo ya no había en él veneno…
—- ¿Recuerda exactamente cuándo lo robó?
—- Después de servirles dos cóckteles a los señores, a eso de las ocho, una hora antes de la cena con el capitán…




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