Nada más despertar, me subí al avión de papel para volar hasta la frontera que marca en lo infinito mis propios límites, pero el tiempo de invierno, con amenazantes ciclogénesis sobre nuestras cabezas, escondidas en la negrura de un día oscuro por lo nublado, me aconsejó que me pusiera a cubierto.
En esto, viene el Dr. Inmune y me cuenta por la radio que, tras medio centenar de muertos por la gripe en España, la epidemia no hizo más que empezar, que aún estamos en la línea ascendente de la curva, cuando el año pasado por estas fechas ya habíamos sobrepasado la cumbre estadística y descendíamos la cuesta final: todo se acabó en los últimos días de enero.
Enterado de que aún nos queda gripe para rato y a sabiendas de que es enfermedad que complica mucho los achaques de los mayores como yo, me convertí en flor de estufa, no fuera a ser.
El radiador está pegado a la ventana y desde ella alcanzo una amplia perspectiva de mi valle para contemplar como el gris domina esta vez al verde y confirmar, de paso, que todas las almas huyeron de los senderos mojados.
Ni los pájaros conversan hoy; también los perros imitaron al viejo buscando refugio.