LOS OTOÑOS SON…
Y sigue el ciclo de la vida misma en esta Galicia donde los otoños son:
La perspectiva ancestral de una laguna glaciar. El regato que se apodera del camino. La naturaleza sagrada que se mira en los dos grandes ríos. El ensueño de las rías de plata. Y los dos mares que lo mismo esculpen estatuas de salitre que besan la playa interminable.
En Cudeiro, cuando el otoño hacía su entrada triunfal, mucho antes de comenzar nuestros magostos, trepaba yo la empinada cuesta del Camino Real para procurar el souto de Chaín y hacerme con los primeros frutos del castiñeiro, mi corazón vegetal. De ambos emanan los ritos que sigo cada año por estas fechas y por eso en todos los cajones y armarios, y en todos los escondites de mis escasos tesoros, hallarás castañas de incierta edad, porque llevo más de 70 años eligiendo aquella que más brilla a pie de campo, la de la suerte. La culpa de esta sana costumbre es de mi abuela…
—– La castaña y el fuego son los elementos que dan rigidez otoñal a las esotéricas formas de la magia.
Lo mágico es lo que cuentan los abuelos, inspirados por la llama misteriosa de una lareira. Mi religiosa abuela, Mamá Ramona, me contó “una tradición muy antigua”, que asombraba especialmente a los niños cuando preparaban su inocencia para la primera comunión de la postguerra.
La abuela los obligaba a comer castañas, solo castañas, la noche de difuntos; porque así liberaban a las almas en pena del Purgatorio. Por cada castaña que comía un niño, un pecador abandonaba la antesala del Cielo… Algunas noches, cuando la niebla del Miño ascendía por el empedrado Camino Real, los inocentes incluso veíamos como las almas, liberadas de su pena, emprendían la Ruta Xacobea.
La castaña es vital, el principal alimento para la supervivencia de tiempos felizmente olvidados. Hoy, en la moderna gastronomía, ya es otra cosa.
A la castaña le arrebataron protagonismo en las cocinas gallegas el maíz y la patata, traídos hace siglos de América, pero fue el alimento base de cuanto ser humano y cuanto animal doméstico o salvaje habitaba la media montaña de Lugo o de Ourense.
Hoy es postre de otoño y guarnición de platos elaborados con imaginativas y nuevas formas, especialmente aquellos que tienen como protagonista principal a la caza.
A mí me gustaban muy especialmente las croquetas de castaña, toda una exquisitez heredada de mi abuela. Desde que ella viajó al espacio no volví a tomarlas.
Cuando llega el otoño, la castaña vuelve a ocupar el lugar que le corresponde en la mesa, en la fiesta e incluso en las ciudades, en donde los pequeños carritos-locomotoras aparecen en la esquina clave para dejar en el aire el inconfundible olor a castañas asadas.
Hoy he querido rendirle homenaje a este nuestro fruto porque el paisanaje anda triste; con tanta crónica negra y tanta política barata es bueno recordar que aún nos quedan pequeñas cosas para ser muy felices.