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Otro apasionante relato de X. Rodríguez) Cuando Galicia fue romana...

Me he convertido en una antigüedad oestrymnia, como aquellas que hubieron de soportar a los celtas, romanos, suevos y alanos.

Mi cuerpo avanza hacia el infinito, a la espera del final de la vida. Mis males de anciano de la tribu ya no tienen remedio y no lo digo como queja, sino con la intención de agradecer a los dioses que hayan alargado mi existencia para formar parte del consejo de sabios del Reino de Galicia. Al comienzo de una nueva temporada, he de contarte aquello que pasó en mi patria hace mas de dos mil años…     

Los gallegos fuimos galaicos, pero también tenemos mucho de celtas y de romanos. Por eso basamos nuestras singularidades como pueblo en la mezcla de estos tres pilares. Porque si el celtismo fue una obsesión folklórica,  la romanización supuso el mayor avance de nuestra historia antigua y la verdadera transformación de nuestro territorio.  

Los romanos, es cierto, se llevaron el oro, la plata, el estaño y nuestras principales riquezas, pero a cambio construyeron cuatro vías principales. Crearon ciudades, villas y campamentos, obligando a los galaicos a descender de los altos castros a las tierras llanas, las más fértiles. Y sentaron las bases más importantes del turismo rural actual, puesto que fueron los primeros en creer en la  importancia del termalismo  y de los baños públicos de aguas sanadoras.

Las antiguas vías romanas son la base de los actuales caminos de Santiago y de alguna de nuestras modernas carreteras. Por ellas llegaron nuevas formas artísticas y también los primeros  testimonios literarios a los que debemos la crónica de nuestra historia más antigua. De esto, hace más de dos mil años.

Fue un proceso que duró un siglo y tuvo como protagonista al propio Augusto, Cesar de Roma, fundador de la más bella provincia de la Hispania, la Gallaecia; y de su capital, Lucus Augusta.

Los símbolos de aquella Gallaecia perviven al tiempo y suponen auténticas joyas arquitectónicas de incalculable valor así como obras de ingeniería que causarán nuestro asombro si tenemos en cuenta los siglos que se mantienen en pié.  

VÍA

Entre Austurica, Brácara y Lucus,  cinco vías cruzaban el territorio de la Gallaecia con más sentido comercial que militar, ya que se trataba de una zona pacificada. De esas cinco vías romanas la Nova era la más transitada; porque estaba relacionada con el oro extraído de Las Médulas y del Sil, además de ser utilizada por el correo imperial, que tardaba dos días en recorrerla. Partía de lo que hoy es Astorga y llegaba atravesando las montañas de Ourense y del norte de Portugal,  hasta Braga.

La Vía Nova aún nos sorprende hoy por su indudable atractivo histórico, patrimonial y paisajístico, puesto que atraviesa el Parque Natural da Serra da Enciña da Lastra y  el Parque Natural del Xurés, reserva de la Biosfera.

Esta es la calzada con el mayor número de miliarios de Europa, 281 en total. Su inclinación no supera el ocho por ciento y muchos de sus tramos están enlosados. Tiene una anchura mínima de cinco metros y en algunos puntos alcanza los once.

En la Vía Nova se construyeron cinco de los treinta puentes que los romanos construyeron en la Hispania y al pie de ella se erigieron once mansiones, lugares de descanso para los viajeros y también oficinas del fisco, que protegía un destacamento militar. Dos ejemplos que aún podemos admirar son la Aquis Querquennis, en Bande; y la Aquis Originis en Lobios, en la que ya se gozaba de sus famosas aguas termales.

MINA

Sobresalen multiformes  pequeños y grandes túmulos ocres por entre el bosque frondoso. El valle se esconde tímido de la montaña y solo desde el mirador de Orellán se alcanza toda la belleza que existe en el paisaje más asombroso…

Se le conoce como Las Médulas y nadie diría, ante tamaña maravilla, que todo esto fuese un cúmulo de deshechos mineros.

La historia de este mágico lugar nos habla de que sus entrañas eran de oro. Para conseguirlo se construyó todo un laberinto de cuevas que hoy se nos aparecen como encantadas. Para lavarlas  se desvió el curso de los ríos menores.

Porque, el ingenioso sistema extractivo estaba basado en el agua: en su fuerza erosiva, cuando se arrojaba desde singulares depósitos situados en lo alto, por las galerías previamente excavadas.

Es esta la gran mina de la Roma imperial y el hoy berciano paisaje de la Gallaecia que mereció el título de Patrimonio de la Humanidad.

ORO

En  la época de Trajano Emperador se construyó A Boca do Monte o Túnel de Montefurado, otra excelente muestra de la ingeniería del Imperio. Se trataba entonces de desviar el río Sil y conseguir las pepitas de oro que arrastraban sus corrientes; todo un ingenioso lavadero y una de las maravillas de la comarca de Quiroga que nadie explica cómo pudo ser construida dos siglos después del nacimiento de Cristo.

Montefurado está en la parroquia de Sesmil. El paisaje es hermoso y podemos disfrutarlo imitando a los vecinos de Pumares que aún hoy buscan oro “peneirando” las arenas del río.

Tal vez no encontremos ya el oro del Sil pero sí la recompensa de un bello lugar.

CIUDAD

La ciudad se llamó Lucus Augusta porque fue fundada por el propio César y su símbolo más característico es su círculo mágico. Sí lo pisas, estarás sobre las huellas más importantes que dejaron en la Gallaecia los romanos.  

Este círculo mágico es la muralla que envuelve a Lugo, el inalterable testigo de dos mil años de historia y la atalaya perfecta del tiempo que se va cada día.

Aquí, entre estos muros, están los límites; y desde ellos se alcanza un paisaje urbano de nuevas rúas de piedra sobre viejas calzadas.

Este es el cinturón que envuelve las actuales calles del sabor, por donde vagamos al mediodía o a la tarde, tapeando y haciendo amigos.  

Por la noche, el mágico círculo esconde  la esencia de la vida en común. Vuelve la  luna y nuestra mirada se alarga hacia las luces que, en la ciudad museo, provocan un millón de estrellas de plata sobre las torres de su catedral magnífica, sobre la inalterable belleza de sus edificios nobles y sobre las losas de piedra vieja de sus plazas.

Lugo sigue siendo, dos mil años después, un círculo mágico: la muralla, aura vivificada de una urbe envuelta en la polifonía del pasado.  

LEYENDA

En aquel tiempo no existían las fronteras entre Portugal y Galicia, solo un río y una sierra ponían límites al paisaje y a las tradiciones. Un río con dos acentos y con dos trayectos: El río  Limia o el río Lima. El Limia es el que los gallegos vemos nacer aún en las fuentes de Antela de la Sierra Santa. El Lima es el que los portugueses del norte ven morir en el Atlántico, por Viana, la del Castelo.

Con el río Limia, a la altura de Xinzo, se encontraron los soldados de Roma, capitaneados por el procónsul Décimo Junio Bruto, en el año 137 antes de Cristo. Del agua emergía una capa de niebla que impedía ver la otra orilla y aquel ejército se volvió temeroso y débil, negándose todos los soldados a obedecer a su capitán, cuando les ordenó vadear el río.

Para aquellos romanos el Limia no era otro que el río Lethe. En su mitología se corresponde con el río del Olvido; si bebían aquellas aguas tomarían otro cuerpo para entrar en el Mas Allá, aliviados de los recuerdos de la vida terrenal. Y no estaban dispuestos aquellos soldados romanos a olvidar el presente. Pero…

El bravo procónsul Junio Bruto cruzó las aguas del Limia y desde la otra ribera fue llamando a cada uno de sus soldados por su nombre. Y todos cruzaron el río pese a la niebla, para conquistar la Gallaecia.

Ya se sabe que los gallegos somos muy dados a festejar la historia, la leyenda, los santos y sobre todo nuestras batallas… incluso las que hemos perdido. Por eso las orillas del Limia son el escenario en donde se escenifica aquel cuadro que cuentan todas las crónicas de la romanización de Galicia. 

FARO

Otro de los grandes símbolos de la romanización en Galicia es hoy Patrimonio de la Humanidad. Se trata de un faro en activo que, de todos los del mundo, goza de tal privilegio. Es el monumento marítimo más importante de Europa, así reconocido por la UNESCO. Y también es el más característico símbolo de A Coruña y su costa, bautizado popularmente como Torre de Hércules, porque a este héroe mitológico atribuye Alfonso X, en su “Crónica General”, la fundación de la ciudad.

El Licenciado Sagrario de Molina contaba ya en el año 1549 su existencia, con esta bellísima descripción, entre la leyenda y la realidad:

“Lo que algunos quieren llamar y decir, es que había aquí un gran espejo donde se aparecían las naves que en alta mar y más lejos navegaban y que por engaño, los ingleses lo hurtaron para tomar la Ciudad.

Pero este es cuento viejo. Porque lo que había en la Torre, era una luz o lumbre que se hacía para guiar al puerto a las naos que de noche venían…

Llamábase la Torre del Faro, por el farol o señal que tenía. Y esta Torre, de tan grande altura y antigüedad, junto a la ciudad a la orilla del mar… ¡Es cosa maravillosa!”

AGUA

Busquemos ahora otro motivo en el trayecto del Miño, que nos lleva  hasta el paraíso que se esconde más allá del espacio urbano de Ourense. La belleza habita estas riberas en el agua viva o en el agua  mansa; en los remolinos o en los espejos del río… El agua del Miño es el agua de nuestra memoria.

Si dejas que vuele tu imaginación, te saldrán al paso las legiones romanas que fundaron, en el lugar de O Castelo, la ciudad de Lais. Esta fue otra de las importantes explotaciones auríferas de la Gallaecia y aunque ya no quede oro bajo estas tierras, sí nos queda el sabor que heredamos de aquellos soldados, el vino del Ribeiro.

También nos queda un espacio de resurrección: de la antigua Aqua Lai surgió la Villa Termal de Laias con el agua que sana, la que viaja por tu cuerpo, se filtra a través de tu piel, destruye tus males y cauteriza las heridas.

SOL

El final lo encontramos esta vez en el Finis Terrae. Hasta allí llegaron las legiones del Imperio para asombrarse cuando el sol se sumergía en el océano y se escuchaba al mismo tiempo el sonido que produce el hierro al rojo vivo cuando se mete bajo el agua en la fragua de un herrero.

Fisterra marca el límite último de la Gallaecia…

Xerardo Rodríguez, texto y fotos

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