Sin título

XERARDO RODRÍGUEZ

Qué bueno. Por mi sendero favorito solo se escucha el silencio… únicamente roto por el murmullo del regato pequeño. El Ameneiral ha vuelto por sus fueros tras las lluvias últimas y le llevará agua suficiente al Sar, que es su morir, para que pueda depurar la suciedad de los humanos sucios, esos que no cuidan el planeta y contribuyen con sus desechos al cambio climático repetidamente denunciado.

Añoro los ríos que heredé de mis ancestros, aquellas fuentes de agua transparente y pura que bebíamos ante la atenta mirada de las salamandras de la suerte. Aquellos torrentes eran el espejo del paisaje. Cuando lucían veranos manteníamos con ellos conversaciones adolescentes y a cambio nos devolvían, agradecidos, nuestra propia sonrisa.

El río pequeño solo pide que limpien sus márgenes un poco más allá de las cuidadas orillas del parque central, para que la gente sensible pueda mirarse en su espejo de agua limpia. No es mucho pedir, ¿verdad?

EN LAS RIBERAS DEL SAR

He retomado hoy la visión poética del Sar, caminando los senderos de madera que parten de la City. Le conté al río mis intimidades bucólicas con Rosalía y al mirarme en su espejo me volví a sentir infinitamente pequeño ante la grandeza de cualquiera de sus versos.

La perspectiva hizo que recordara a Sozho Nakiniski, nacido romántico entre las luces artificiales de Tokio. Cuando le conocí era banquero de profesión, pero tenía alma de poeta y hasta hubiera preferido conocer el mundo desde la Casa da Matanza, aunque fuera solo a la luz de la Luna.

Hace unos años, en la Compostela xacobea, Nakiniski me habló con devoción de los Cantares Gallegos y gracias a ella los versos rosalianos llegaron, traducidos, al corazón oriental de los amantes de la poesía. Así que, en su isla, allá en Japón, también se siente este paisaje gallego de los Cantares que voy recitando a las orillas del Sar.

En este río debió de haber angulas como las del Miño, esas que se llevan a Tokio para que crezcan como anguilas, por eso aquí multiplican su precio por mil cuando las lunas de invierno permiten pescarlas.

Aunque tu bien sabes que el acento de Honshu llegó aquí mucho antes. En la Plaza del Obradoiro se escucha, por lo menos, desde que se inventó el papel fotográfico.

A las orillas del Sar es curioso como afloran mis recuerdos: el del poeta Nakiniski; el de Mauro y Fernando que derrochan paciencia pescando angulas; y el de mis tiempos xacobeos, cuando entrevistaba a peregrinos japoneses en el Camino Francés a Compostela para que me contaran sus increíbles historias.

(Me pregunto qué sería de Akiko, mi joven vecina de Madrid, la única mujer que me dio las buenas noches con una reverencia).