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¡Hasta el año que viene, si Dios quiere!. Crónica de un domingo en las entrañables tierras de Nazaré


He venido -por enésima vez- a estas tierras del Oeste portugués, justo cuando el año termina. Este domingo 30 de diciembre de 2018 ha sido realmente maravilloso. No es siempre -aunque luzca el sol y no haya nubes cercanas- que desde la increíble atalaya del Sitio de Nazaré puedes ver el minúsculo archipiélago de las islas Berlengas (la Berlenga grande, el islote de Cerro da Velha, las anexas ilhas Estelas, las más al norte ilhas Farilhôes…). Todo se veía perfectamente este domingo, desde la mañana al caer la tarde, en la lejanía de unas doce o trece millas náuticas, desde ese Nazaré tan entrañable como cada vez más atractivo para turistas de todo tipo.
Nazaré, en verano. Este domingo de invierno lucía igual de bien.

Solo por esa visión del mar, tan azul, tan hermoso hasta la vista perderse; solo por esa luminosidad que Nazaré tiene en los días limpios de su horizonte -única, sensacional-... ya valía la pena este 30 de diciembre de 2018 en esta tierra tan especial.
Hoy Nazaré, con la autopista a dos pasos, atravesando Valado dos Frades, ahí al lado, en los arenales a donde llegó el agua del mar en tiempos inmemoriales, es destino fácil, rápido, cómodo para muchos. Tal vez por eso -y porque aquí el fin de año es música, luz, fuegos durante tres noches- esto está lleno; y este domingo, entre el sol magnífico, los 20 grados al mediodía y el abarrote de coches y viandantes, esto casi parecía verano. Daba alegría ver un Nazaré así, aunque parte de sus restaurantes estaban cerrados y la saturación de los restantes, a alguno podía parecerle incordio.
Claro que, a los que llevamos décadas encima con visitas a esta tierra, no todo nos parece igual. Hay en el discurrir del viajero por calles y callejas, nostalgia evidente. Por ejemplo : ya no está aquel bajo pletórico de periódicos y revistas que la legendaria dona Orlanda regentaba. En su lugar han puesto un banco. Tampoco está (al menos cerrado a cal y canto aparece y con aspecto de cierre para siempre) el no menos legendario restaurante A Sardinha, también llamado Casa Pires, donde dona Alicia asaba a la puerta y en la brasa del fogareiro, aquellos peixes tan especiales como sabrosísimos... Ya no están dona Orlanda y dona Alicia, ambas santo y seña de aquella plaza del Santuario de Nossa Senhora, en el Sitio de Nazaré. Tampoco están -víctimas de la plaga del escarabajo rojo- las 4 palmeras estratégicamente situadas, que salían en todas las fotos del frontal del soberbio templo de estilo tan colonial, que nos recuerda a no pocas iglesias hechas por portugueses en Brasil o más de una promovida por españoles en América del Sur. 
Todo se veía perfectamente este domingo, desde la mañana al caer la tarde, en la lejanía de unas doce o trece millas náuticas, desde ese Nazaré tan entrañable como cada vez más atractivo para turistas de todo tipo.

Ya no están dona Orlanda y dona Alicia. Seguro que cuando lo sepa Manoel Foucellas, lector que siguió ya antes del 2006 mis consejos, se pondrá triste. Copio parte tan solo de lo que el escribió aquí en la Net tras visitar Nazaré : 
"La primera vez que estuve en Nazaré me guié por los comentarios de Eugenio Eiroa, salvo en lo relativo a las touradas, y la verdad es que fue un acierto: gracias Eugenio. O Sitio debe visitarse al atardecer, ascendiendo desde la praia por el elevador. Debe caminarse - es un ratito - hasta el farol para ver la panorámica y recorrer sus callejas desde la plaza principal. Pero, sobre todo, deben hacerse dos cosas: tomar sardinhas y lulas grelhadas en Casa Pires, regadas con vinho verde, en el típico restaurante portugués con mesas casi subidas las unas a las otras; y contemplar las magníficas vistas de la praia desde el mirador de O Sitio...". 
Manoel, amigo, debes saber que dona Alicia ya no asa aquellas sardinas a la puerta de lo que fue Casa Pires. Ya hace unos cuantos años, lamentablemente no pocos, que dejó esta tierra para irse a los Campos del Señor. Allí, a las puertas del Cielo, a donde se la llevó Nossa Senhora de Nazaré, ha montado un fogareiro celestial y con las sardinas garantizadas (y no las que ahora, casi sin sabor, por Portugal y Galicia escasean) alimenta las almas de los pecadores que van llegado al más allá tras aquí haber sido. Dona Alicia pasa las tardes del Cielo charlando con Dona Orlanda y viendo desde allá arriba cómo su Nazaré del alma crece y crece cada año, con nuevas casitas blancas y urbanizaciones, bien en los caminos del Norte en dirección Pataias, Marinha Grande, Leiría…; bien hacia el este, cuando vas camino de Alcobaça y cruzas A Pederneira.
Dona Alicia y Dona Orlanda fueron, pese a la diferencia grande de edad, mis amigas. Amigas de muchas tardes de verano, aquí, en el Sitio de Nazaré; amigas de amenas cavaqueiras, especialmente dona Orlanda, cuando a su local iba a recoger tras la sesión de playa los periódicos que me reservaba cada día. Una vez, me sorprendió, tenía un ejemplar conmemorativo de no se qué, gordo y lustroso, de un periódico alemán :  "tinha guardado este jornal para você; achei que podía ser interessante, é comemorativo; e como vocé é jornalista…". Yo no sabía ni jota de alemán; pero me llevé aquel periódico; dona Orlanda era todo un personaje. Y sus charlas del atardecer, una lección del libro de la Vida, página de la experiencia, como diría mi padre. Con dona Orlanda aprendí a decir, a modo de despedida, tras una conversación con persona amiga, ese "Até amanhá se Deus quizer!" que ella pronunciaba con aquel sotaque marítimo de las gentes nazarenas de antes.
Con dona Alicia aprendí las reglas fundamentales que debe observar quien quiera ser un buen grelhador de peixe, asador al carbón de pescados. Y a distinguir un pescado bien fresco de uno que no lo es tanto. Y a sonreír, bien a pesar de los reveses que da la Vida. Y a aceptar que los años van pasando, las facultades cada vez son menos y que, nos guste o no, nuestro final está en manos de Dios. Por eso, por muchas tardes de antaño, por muchos días hermosos en el horizonte que desde aquí se divisa, he vuelto -otra vez más- a Nazaré. Y también a la Capelinha da Memoria, al borde del precipicio, donde don Fuas de Roupinho, viéndose ya al borde de la muerte persiguiendo al venado, pidió a Nossa Senhora que le permitiese seguir viviendo, y enseguida el caballo se encabritó y don Fuas se salvó de irse como el venado al abismo, sobre el mar de Nazaré. Ahí surgió primero la capilla de la memoria; y de seguido la basílica o gran iglesia del Sitio de Nazaré, donde ahora ya hay hasta un pequeño museo digno de visitar, tienda oficial de recuerdos y algunas mejoras más. Han restaurado así el retablo central que ha quedado muy hermoso, han recuperado varios espacios y cuando se acometa la obra restante, Nossa Senhora de Nazaré volverá a tener la gran iglesia que siempre mereció. 
Solo por esa visión del mar, tan azul, tan hermoso hasta la vista perderse; solo por esa luminosidad que Nazaré tiene en los días limpios de su horizonte -única, sensacional-... ya valía la pena este 30 de diciembre de 2018 en esta tierra tan especial.
He comido este domingo una espetada de lulas con camarâo, una sopa de pescado y un doce da casa, con un humilde pero dignísimo vino blanco de Cartaxo, a dos pasos de la plaza de toros, cuando la marea de los turistas había bajado algo en los restaurantes y ya había sitio disponible : las cuatro de la tarde. No era la Casa Pires que tanto añoro, pero era Nazaré, la cocinera entrada en años con mando en plaza sobre el funcionario de mesa, la mística del lugar eterno, de la tierra que abraza el mar y las olas gigantes del Guinnes libro de los récords, de los pescadores que un día salvó la Virgen de una muerte segura en el océano que aquí no se anda con chiquitas.
Ahora la playa del Norte es la de los surfistas. Y la del Salgado, la de los nudistas. La del centro de la villa ahora ciudad, es la Copacabana del Oeste portugués. Y la que llaman playa del puerto, sigue siendo el recurso para cuando no quieres o puedes ir a las otras, aunque a la entrada en el recinto portuario, en donde ahora han montado un restaurante, hayas de pagar un ticket que, eso sí, te garantiza parking asegurado y playa a tres pasos.
He querido comprar en la farmacia de la hija de dona Orlanda, también en el Sitio, esas gominolas que en Portugal venden para la afonía y la faringitis crónica que en mi habita; pero no tenían esta vez; tampoco estaba la titular del establecimiento, dona María Orlanda, para recordar con ella en un par de minutos siempre gratos, a quien fue su madre. Luego, ya entrada la noche, he tomado el camino de Alcobaça, por la carretera vieja de toda la vida, he comprobado que alrededor del Monasterio está todo cambiado, urbanizado, tráfico desviado; he bebido una ginja como mandan los cánones y he vuelto para dormir, al muy confortable sitio de siempre, en el tan bien dispuesto como entrañable complejo turístico del Hotel Sâo Jorge, en la carretera vieja camino de Lisboa, a la salida de Batalha, justo frente al gran ExpoSalâo, recinto por excelencia de ferias y exposiciones de la región Oeste.
Ya es 31 diciembre de 2018. Había prometido no escribir aquí estos días. Pero Nossa Senhora de Nazaré este domingo me dijo que no me olvidase a estas tierras y estas gentes que llevo desde hace tantos años en el corazón. Ni siquiera de la Padeira de Aljubarrota. Y a fe que no me olvido. Ni nunca me olvidaré. Parafraseando a dona Orlanda, acabaré diciendo : ¡hasta el año que viene, si Dios quiere!
EUGÉNIO EIROA



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